Juan Jaramillo y el debate razonable


Foto El Espectador


In memoriam, Juan Fernando Jaramillo Pérez

Hace varias semanas murió el profesor de la Universidad Nacional y fundador de Dejusticia Juan Fernando Jaramillo Pérez. Rodrigo Uprimny lo recordaba como un verdadero juez y muchos de sus estudiantes  y colegas lo recuerdan como un intelectual capaz de escuchar y de argumentar sobre todos los asuntos del derecho y la justicia. De hecho, el papá de Juan, un conservador doctrinario,  recordó durante la misa de despedida, los debates con él sobre el aborto y las parejas del mismo sexo. Tengo el mismo recuerdo sobre Juan desde otra orilla.

En mis meses de judicante en la Corte Constitucional me sentaba en la oficina de Juan y le contaba nuestros planes y estrategias para el reconocimiento de los derechos de las parejas del mismo sexo. Juan se reía de mi radicalismo de juventud y siempre decía que era un tema muy difícil para la Corte, y de hecho tenía razón. Un día me dijo: “tienen buenos amigos en la alcaldía, hay avisos de LGBT por toda la ciudad” (Juan montaba en el transporte público como un igualitario verdadero). Hace algunos años, cuando ya se habían reconocido casi todos los derechos de las parejas del mismo sexo, Juan me decía: “pero Mauricio, ¿qué más quieren?” yo le contestaba: “Juan, queremos todo”. Juan observaba estos avances de derechos con un optimismo moderado, esencialmente porque sabía el poder de la iglesia y el papel de la tradición en la definición de estos temas. 

El profesor Jaramillo creía que debían tomarse en serio los argumentos de los conservadores y de la iglesia y a partir de ellos iniciar el debate. Juan, en estos asuntos, siempre buscaba salidas ponderadas y razonables sin ofender los sentimientos morales de los conservadores. Tal vez entendía muy bien que la raíz del conflicto estaba en el desconocimiento mutuo de los adversarios. No siempre coincidíamos, pero me encantaba discutir con él. Para mí era la esperanza de un debate razonable y fructífero sobre la sexualidad, la familia y la libertad.

Cuando pienso en Juan, recuerdo una frase de Perelman sobre la libertad y la argumentación: “Sólo la existencia de un argumentación, que no sea apremiante ni arbitraria, le da un sentido a la libertad humana, la posibilidad de realizar una elección razonable” (Perelman, Tratado de la argumentación, p. 773).

Juan era católico, como católica es mi mamá, mis abuelas y varios de mis amigos y familiares. Juan representaba para mí una parte de la sociedad con la que debemos iniciar diálogos y recomponer las rupturas. En estos días que se discute la posibilidad de que la iglesia participe en debates públicos sobre los derechos de las parejas del mismo sexo he recordado mucho en el profesor Jaramillo y la posibilidad de un debate razonable.

No se trata de escuchar sermones de obispos arrogantes y fundamentalistas. Se trata de discutir con seres humanos de buena voluntad, con creencias genuinas y auténticas y con preocupaciones reales sobre la sociedad, como creo que son la mayoría de católicos. Los obispos manipulan a personas con buenos sentimientos, mueven sus temores y crean prejuicios. En sus declaraciones difunden el odio y crean la imagen de los homosexuales como enemigos de la sociedad y la familia.

Los católicos pueden y deben participar en el debate sobre la familia, pero no a través de los titiriteros del odio. Deben hacerlo directamente sin las arbitrariedades, ni amenazas de fuerza o abusos de poder de la jerarquía católica. 

En un debate razonable sobre el reconocimiento de las familia de las parejas del mismo sexo deben ser tenidas en cuenta las necesidades, el sufrimiento y la exigencia de justicia de las parejas del mismo sexo. Los obispos quieren eliminar nuestras vidas, rostros y familias del debate para que triunfe su obstinación.

Estoy seguro que Juan al leer la entrevista de Ana y Verónica del pasado viernes en El Espectador hubiera reconocido en su voz la necesidad de la justicia. Si todos los católicos fueran como Juan Jaramillo el debate sobre la familia entre parejas del mismo sexo sería pacífico, feliz y provechoso. Al final del día un verdadero católico sabe que el verdadero mandamiento es el del amor, un amor que no conoce ni el odio ni el miedo. 

Querido Juan, como haces falta en momentos que los obispos persiguen madres e hijos para echarlos a la hoguera o sacrificarlos en la cruz de la injusticia.  

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