Fiesta y violencia en la carrera 13
Dioniso di Caravaggio |
Domingo 4 de marzo. Chapinero - Bogotá
2:30 a.m.
Dos jóvenes se besan dulcemente y en le fondo se lee… O Romeo, Romeo, wherefore art thou Romeo?
3:15 a.m.
Salimos de la fiesta. Caminamos junto con mis amigos por la carrera 13, en un punto me despido de ellos. Sigo solo por la calle y veo a la altura de la calle 59 un auténtico batallón de la policía: casi 20 policías, algunos fuertemente armados. Frente a Teatron una multitud. A las 3 de la mañana la música se apaga y todos somos expulsados de la alegría de la fiesta a la violencia de la noche.
3:20 a.m.
Chapinero sufre un infarto. No hay taxis, todas las personas quieren ir a sus casas o a buscar más rumba. Es un caos aprovechado por ladrones y malandrines. La policía esta allí, pero es como si no estuviera. Decido tomar una buseta, dice que va a Palermo por la carrera 13.
3:22 a.m.
La buseta va llena. Miro por la ventana frente a Teatron. La multitud en la calle se besa, se abraza, se toma de al mano. Pienso en que es una auténtica zona gay, como Chueca o Canal Street. También están mirando desde la buseta un grupo de mujeres borrachas, que empiezan a decir en voz alta: “gas”, “estamos en la zona de los maricas”, “gas”, “que desperdicio”, “papito venga me coge de la mano a mí”, “que porquería”, “que asco”, “gas”… etc. Las miro sin miedo, pero sin animo de increparlas.
Calles más adelante escucho que alguien discute al otro lado de la buseta. Escucho que le dice: “pues la puedo abrazar porque es una mujer”. No entendí que pasaba. Luego sentí que un chico le dijo a otro, “a estos va a tocar chuzarlos” y sentí que un muchacho, que estaba justo detrás de mí, buscaba algo en su chaqueta. Decido moverme a la parte trasera del bus. El mismo chico dice “pare el bus que estos manes se quedan aquí”. Cuando los ví, me dí cuenta que se trataba de una pareja gay. Se bajaron rápidamente. Uno iba un poco borracho y estaba más renuente a bajarse, el otro más tranquilo y decidido a abandonar el bus. Se bajan de la buseta. Al bajarse el gay más borracho, rompe una botella metros atrás del vehículo. Adentro se escucha: “maricones de mierda”.
3:25 a.m.
Estoy asustado. Miro por la ventana y a medida que avanza la buseta, uno de los chicos gays, el mismo de la botella corre rápidamente. Ahora no estoy asustado por mí, sino por él. Ruego que no nos alcance.
Él se pierde en la distancia. Mi miedo se transforma en indignación. Trato de entender que había ocurrido, me faltan piezas en el rompecabezas. De mi convicción íntima surge una idea cada vez más clara: fue un incidente de violencia homofóbica. Un canto de odio fue el preámbulo del hostigamiento a una pareja gay que tuvo que abandonar la buseta bajo amenazas. No hice nada, no podía hacer nada.
3:32 a.m.
Me bajo de la buseta en la calle 45 con carrera 13. Me encuentro con una amiga que es el ángel que me anuncia el fin de la aparición de la Violencia.
Camino a mi casa pensando en la Violencia. Pienso en las palabras, en los gestos, en las amenazas, es los vidrios de una botella rota, en el llanto, en la venganza, el rencor, el odio y el orgullo.
Me acuesto en mi cama silenciosa y me logro quedar dormido pensando en Dioniso y en aquellos Romeos que se besan. La violencia de la noche nos arrebata la alegría de la fiesta. Dejamos de ser dioses y podríamos –por efecto del azar– ser cadáveres.
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