Educación contra la injuria y la vergüenza



Estas últimas semanas han sido de injuria contra gays, lesbianas, bisexuales y trangeneristas. 


Álvaro González, Carlos Antonio Vélez, el Procurador, la concejal de Bogotá Clara Sandoval, los jerarcas de la iglesia... trogloditas viejos y nuevos... homofóbicos de oficio o mejor del santo oficio. No es extraño que nos insulten con frecuencia por estos días, si desde el trono de Pedro se inicio el año con este llamado de guerra a todos los cruzados: "el matrimonio homosexual amenaza el futuro de la humanidad". 


Siempre que escucho a personajes públicos, a medios de comunicación y personas en la calle hablar mal de los "maricas", o llamarnos "enfermos" o "anormales", o cualquier otra forma similar, recuerdo un texto del sociólogo Didier Eribon sobre la injuria: 
"En el principio hay la injuria. La que cualquier gay puede oír en un momento u otro de su vida, y que es el signo de su vulnerabilidad psicológica y social". 
También de forma irremediable, como registros siempre adjuntos, recuerdo la frase de Juan en el Evangelio: 
"En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios".
Eribon recuerda que la injuria contra gays y lesbianas tiene funciones individuales y sociales muy poderosas: "la injuria, por tanto, es a la vez apresamiento y desposesión".  La injuria deja huellas en la conciencia, es un veredicto, una acusación pública, una marca, un eterno recordatorio de nuestro lugar en el mundo. El sociólogo recuerda el poder de la injuria: "El que lanza el ultraje me hace saber que tiene poder sobre mí, que estoy a su merced. Y ese poder es, en principio, el de herirme. El de estampar en mi conciencia esa herida e inscribirme la vergüenza en lo más profundo de mi espíritu". Y termina el texto: 
"La injuria es un enunciado performativo: su función es producir efectos y, en especial, instituir o perpetuar la separación entre los "normales" y aquellos que Goffman llama los "estigmatizados", e inculcar esta grieta en la cabeza a los individuos. La injuria me dice lo que soy en la misma medida en que me hace ser lo que soy". (D. Eribon. Reflexiones sobre la cuestión gay. Anagrama pp. 29-31)
La injuria es el mecanismo de ataque contra nosotros, y el resultado que se espera es nuestra vergüenza. Ese es el triunfo contra nuestra existencia, como lo recuerda  Camila Esguerra “la Vergüenza, causarla o sentirla, es (…), una forma de eliminación simbólica” (A propósito de la Vergüenza en Prácticas Artísticas enfoques contemporáneos. Universidad Nacional –IDCT. 2003). 


Simultáneamente a las declaraciones injuriosas, Clara Sandoval, una concejal cristiana de Bogotá,  "denunció" la cátedra LGBT en los colegios de Bogotá. Escuchando este debate y los insultos que suenan de fondo, me empece a preguntar ¿qué hace que pueda soportar a todos estos homófobicos y dormir tranquilo? ¿por qué no siento vergüenza, ni dolor por lo que me dicen? ¿Qué permite que me pueda burlar de Álvaro González? ¿Qué permite seguir siendo orgullosamente gay y no desfallecer en nuestros derechos, así reelijan el Procurador por 4 años más? 

Mi educación es lo que  me ayuda en esos momentos de soledad y reflexión, me da fuerza y argumentos desde mi interior y me da el valor para no sucumbir ante la injuria. Tuve una educación excepcional para la diversidad sexual, pero todo fue hija del azar.  

Estudié en el Instituto Técnico Superior "Dámaso Zapata" que era dirigido en ese momento por Hermanos de La Salle. Era un colegio técnico donde aprendí desde fundición y forja hasta lo mejor de la literatura latinoamericana. Pero el tesoro más grande de ese colegio fueron mis amigos y compañeros de clase que me ayudaron a ser una adolescente gay con menos dificultades. 

En décimo grado, un amigo y yo nos habíamos aceptado como gays y nuestros compañeros de clase nos respetaban y querían. Éramos, sin saberlo, lo que llaman en Estados Unidos una gay-straight alliance, es decir, un grupo de estudiantes gays y heterosexuales que respetábamos la diversidad sexual. Nuestros amigos heterosexuales eran nuestros entusiastas defensores, planteaban los debates en clase y nos defendían ante los comentarios maliciosos. También conocíamos gays de octavo, noveno y once, y en las llamadas semanas técnicas, nos reunimos con algunos de ellos y compartíamos un poco en la intimidad de los que se saben diferentes. Uno de los más jóvenes y espontáneos del grupo dijo que éramos los "Tecno-gays" (el colegio es conocido como el Tecnológico). 

Mis amigos del colegio crearon un ambiente escolar único y tolerante en un colegio masculino. 

Nunca me hablaron en las clases de diversidad sexual. Pero la vida escolar no son solo las clases. Muchos de mis compañeros tuvieron batallas de rebeldía que eran muy comunes en esa década: "el corte de cabello adecuado a su condición de estudiante". Esa pequeña batalla tenía un gran significado para mi generación: era la afirmación de la autonomía adolescente. En ese debate aprendí el valor del manual de convivencia y de la Constitución. El Hermano Rector, Jorge Enrique Molina Valencia, había hecho de ese debate el centro de su autoridad, incluso usando las sentencias de la Corte Constitucional. Ese debate escolar fue mi cátedra sobre la autonomía.

Otro elemento fundamental en mi educación para la diversidad fueron los libros que había en mi casa. Desde el "Contrato social",  pasando por "la rebelión de las ratas" y "Miguel Litín, clandestino en Chile" hasta "Áltazor o el viaje en paracaídas". La mejor herencia de unos padres para sus hijos es una biblioteca. Los libros, especialmente las novelas, son una excelente educación para la diversidad. En mi casa también tuve un hermano menor, excepcionalmente tierno y tolerante. 

Mis amigos del colegio, los libros de mi casa y los debates contra los curas autoritarios fueron mi educación para la diversidad sexual. Por supuesto, los maravillosos hombres gays, que encontré en internet por aquellos años en el MIRC, en el ICQ y en Latinchat, me ayudaron mucho a ser un adolescente gay un poco más tranquilo y feliz. 

Fui muy afortunado en recibir esta educación accidental y sentimiental, aunque mi salida del clóset fue dura y compleja. Mi educación me ayudo a afrontar la homofobia, me salvó del suicidio, me conectó con otros gays, me dio argumentos y al final me ayudó a salir del clóset orgullosamente. 

La educación es el mejor antídoto contra la injuria y la vergüenza, por eso los homofóbicos la colonizan y se sienten amenazados por las iniciativas de educación para la diversidad sexual. 

La educación para la diversidad sexual debe ser una educación sobre la libertad y la igualdad. Debe también fomentar alianzas entre estudiantes gays y heterosexuales para fomentar la amistad, la comprensión y el respeto mutuo y la seguridad escolar. 

Una educación para la diversidad sexual es llevar la Constitución a las aulas, es una antídoto para la injuria y contra la vergüenza. Aún cuando los conservadores triunfen en eliminar los programas para la diversidad sexual en la educación, no podrán acabar con los amigos, los libros, el internet y la rebeldía adolescente. 

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