Amor gay por Arturo Pérez-Reverte

Ví en el Facebook de la activista LGBT venezolana Tamara Adrian este texto que está circulando en los blogs. Quise compartirlo porque es realmente maravilloso.
Amor gay por Arturo Pérez-Reverte
Nunca antes me había fijado en la cantidad de parejas homosexuales que se ven paseando por Venecia. Los encuentras caminado por los puentes, a la orilla de los canales, cenando en los pequeños restaurantes del casco viejo. No suele tratarse de dúos espectaculares, sino todo lo contrario: gente discreta, tranquila, a menudo con aspecto educado. Mirando a los demás aprendes cantidad de cosas, y en el caso de estas parejas siempre me encanta sorprender sus gestos comedidos de confianza o afecto, el reparto convencional de roles que suele darse entre uno y otro, la ternura contenida que a menudo sientes flotar entre ellos, en su inmovilidad, en sus silencios.
Pensaba en todo eso el otro día, a bordo del vaporetto que cubre el trayecto de San Marcos al Lido. Sobre la laguna soplaba un viento helado, los pasajeros íbamos encogidos de frío, y en un banco de la embarcación había una pareja, hombre y hombre, cuarentones, tranquilos. Se sentaban muy juntos, apoyado discretamente un hombro en el del compañero, en un intento de darse calor. Iban quietos y callados, mirando el agua verdegris y el cielo color ceniza. Y en un momento determinado, cuando el barco hizo un movimiento y la luz y la gama de grises del paisaje se combinaron de pronto con extraordinaria belleza, los ví cambiar una sonrisa rápida, fugaz, parecida a un beso o una caricia.
Parecían felices. Dos tipos con suerte, pensé. Aunque sea dentro de lo que cabe. Porque viéndolos allí, en aquella tarde glacial, a bordo del vaporetto que los llevaba a través de la laguna de esa ciudad cosmopolita, tolerante y sabia, pensé cuántas horas amargas no estarían siendo vengadas en ese momento por aquella sonrisa. Largas adoslescencias dando vueltas por los parques o los cines para descubrir el sexo, mientras otros jóvenes se enamoraban, escribían poemas o bailaban abrazados en las fiestas del Instituto. Noches de echarse a la calle soñando con un príncipe azul de la misma edad, para volver de madrugada, hechos una mierda, llenos de asco y de soledad.
La imposibilidad de decirle a un hombre que tiene los ojos bonitos, o una hermosa voz, porque, en vez de dar las gracias o sonreír, lo más probable es que le parta a uno la cara. Y cuando apetece salir, conocer, hablar, enamorarse o lo que sea, en vez de un café o un bar, verse condenado de por vida a los locales de ambiente, las madrugadas entre cuerpos Danone empastillados, reinonas escandalosas y drag queens de vía estrecha. Salvo que alguno -muchos- lo tenga mal asumido y se autoconfine a la alternativa cutre de la sauna, la sala X, la revista de contactos y la sordidez del urinario público.
A veces pienso en lo afortunado, o lo sólido, o lo entero, que debe de ser un homosexual que consigue llegar a los cuarenta sin odiar desaforadamente a esta sociedad hipócrita, obsesionada por averiguar, juzgar y condenar con quién se mete, o no se mete, en la cama. Envidio la ecuanimidad, la sangre fría, de quien puede mantenerse sereno y seguir viviendo como si tal cosa, sin rencor, a lo suyo, en vez de echarse a la calle a volarle los huevos a la gente que por activa o por pasiva ha destrozado su vida, y sigue destrozando la de los chicos de catorce o quince años que a diario, todavía hoy, siguen teniéndolo igual que él lo tuvo: las mismas angustias, los mismos chistes de maricones en la tele, el mismo desprecio alrededor, la misma soledad y la misma amargura.
Envidio la lucidez y la calma de quienes, a pesar de todo, se mantienen fieles a sí mismos, sin estridencias pero también sin complejos, seres humanos por encima de todo. Gente que en tiempos como éstos, cuando todo el mundo, partidos, comunidades, grupos sociales, reivindica sus correspondientes deudas históricas, podría argumentar, con más derecho que muchos, la deuda impagada de tantos años de adolescencia perdidos, tantos golpes y vejaciones sufridas sin haber cometido jamás delito alguno, tanta rechifla y tanta afrenta grosera infligida por gentuza que, no ya en lo intelectual, sino en lo puramente humano, se encuentra a un nivel abyecto, muy por debajo del suyo. Pensaba en todo eso mientras el barquito cruzaba la laguna y la pareja se mantenía inmóvil, el uno contra el otro, hombro con hombro. Y antes de volver a lo mío y olvidarlos, me pregunté cuantos fantasmas atormentados, cuántas infelices almas errantes no habrían dado cualquier cosa, incluso la vida, por estar en su lugar. Por estar allí, en Venecia, dándose calor en aquella fría tarde de sus vidas.
—Arturo Pérez-Reverte

Publicado en El Otro Diario.
Tomado de http://www.symbos.es/arturo-perez-reverte-amor-gay/

Arturo Pérez-Reverte Gutiérrez (Cartagena, 25 de noviembre de 1951) es un novelista y periodista español. Desde el año 2003 es miembro de la Real Academia Española, elegido (T) el 23 de enero de 2003, tomó posesión el 12 de junio de 2003. Licenciado en periodismo, durante los tres primeros años de esta carrera cursó a la vez estudios de Ciencias Políticas. Ejerció como reportero de guerra durante 21 años (1973-1994), primero en el Diario Pueblo (donde permaneció 12 años) y luego en Televisión Española. En 1977, durante su estancia en el diario, y junto a su compañero Vicente Talón, fundó la revista Defensa, que vio la luz en los quioscos en abril de 1978, y de la que fue redactor jefe hasta que sus compromisos como corresponsal le obligaron a dejar la editorial. Está casado con Blanca y tiene una hija, Carlota, que participó en el primer libro de la serie del Capitán Alatriste. Arturo Pérez-Reverte es, además, noble: el Rey Xavier I de Redonda le nombró en 1999 Duque de Corso y Real Maestro de Esgrima del Reino de Redonda.

Comentarios

Anónimo dijo…
Y nada que me convence... No he encontrado ningun escritor que describa perfectamente el amor gay y que lo justifique perfectamente también. Hay errores de percepción de este escritor. Salvo en casos muy particulares de gente con la cabeza muy revuelta por la religion o por los prejuicios o por la adolescencia temprana o tardia (cosa que creo no es es el caso entre los miembros de este grupo que merecen serlo), los gays no se confinan a la alternativa cutre de los saunas porque se sientan discriminados o porque sea el unico espacio donde pueden ser gays o porque no tengan una buena pareja o un amor satisfactorio, van a los saunas porque les da la puta gana, por aburrimiento o por desparche, van porque si, porque existen, y de la misma foma en que un hetero al que le gusta ir donde las putas, no va a dejar de hacerlo cuando consiga una hacendosa pareja que lo quiere y lo atiende en todos los sentidos, los gays seguiran yendo a los saunas ahora y siempre, de jovenes y de viejos. Seguro que esa sonrisa que vio el escritor si es la catarsis de muchos malos ratos en los saunas, pero no por discriminacion, sino por sinverguencería, por desparche o aburrimiento, por las circunstancias, por falta de plata para viajar a donde esta su pareja o por lo que sea, pero no por discriminación... En lo que si estoy de acuerdo es que esa es una pareja de hombres afortunados, capaces de enamorarse PERDIDAMENTE y de entregarle el corazón a quien va al sauna y mientras el mismo va al sauna y accede a todo el mercadillo sexual de multiples tamaños, olores, colores y sabores que se encuentran en estos domos del placer, que son capaces de encarorrarse sexuakmnete de alguien en particular, como un adolescente inexperto, a pesar de la maravillosa variedad que se expone generosa frente a ellos. Sera cuestion de espiritu?... Pues hasta ahora yo no he visto al espiritu, no con los ojos de la inocencia perdida.

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