La alegría del SÍ
El próximo 2 de
octubre votaré SÍ con la alegría que me produce el fin de la guerra y la
esperanza de construir un país basado en el acuerdo, el disenso y el diálogo.
El plebiscito que
se llevará en menos de un mes es la votación más importante de nuestra
generación. No sólo porque pondría fin a un conflicto armado prolongado y
sanguinario, sino también porque crearía las condiciones para la construcción
de un país donde todas las voces tengan un espacio y la eliminación física del
adversario quede proscrita.
Por eso, la
campaña del plebiscito es una oportunidad única para iniciar un diálogo
nacional para la reconciliación. Es por eso que la campaña de los dos lados de
la contienda no puede ser una continuación de la guerra por otros medios.
Debemos ser leales en el debate y evitar la manipulación de la información y la
mentira. Esto no es un juego político mezquino, es la definición de nuestras
vidas y las de las futuras generaciones. Este mes es un buen momento para leer,
reflexionar, conversar y decidir a conciencia. Es un voto que debe tener en
cuenta el acuerdo final (el libro de la paz, como diría mi colega César
Rodríguez), pero también el libro de la vida. No basta con leer el acuerdo
final, es indispensable leer nuestro pasado y entender la guerra en toda su
dimensión.
En general, el
acuerdo final de paz me parece razonable y dentro del marco de la Constitución.
Es el mejor acuerdo posible en el momento actual. Sin embargo quisiera
reflexionar sobre un punto que me ha rondado en la cabeza por años: ¿deben ir a
la cárcel los criminales de guerra? ¿por cuántos años? Este pensamiento se
inició con la discusión de la constitucionalidad de la ley de justicia y paz hace
10 años. En aquel entonces me parecía muy difícil de entender que quienes
habían asesinado, torturado y desaparecido se les redujeran las penas. En mi
interior no podía dejar de pensar en el dolor de las víctimas y en la
arrogancia del victimario. Luego entendí que la cárcel no era indispensable y
que la garantía de la verdad, la justicia y la reparación en su integridad eran
la clave para entender y reparar una guerra fratricida. A pesar de que los
paramilitares fueron a la cárcel por poco tiempo y no cumplieron con su
palabra, nunca se me ocurrió oponerme al proceso de desmovilización de esos
grupos con todos los defectos de ese proceso
Ahora, las
personas responsables de los crímenes más graves tendrán una restricción
efectiva de la libertad por un período de hasta 8 años en caso de que garanticen
los derechos de las víctimas. Como han dicho varios expertos en justicia
transicional, esta fórmula cumple con los estándares establecidos en el derecho
internacional. Aunque estoy de acuerdo con ellos, confieso que esta fórmula me
genera algunas dudas éticas.
Pero creo también
que en mi duda sobre este asunto aparece con mucha fuerza mi sentimiento de
venganza, al cual sin duda debemos aplicar un control racional y emocional.
George Orwell escribió una columna después de la segunda guerra mundial llamada
“La venganza es amarga”. Allí decía el escritor inglés: “toda la idea de la
venganza y el castigo es un ensueño infantil. En rigor, eso que llaman
“venganza” no existe. La venganza es un acto que uno quiere cometer cuando está
desvalido y porque está desvalido; apenas desaparece el sentimiento de
impotencia, se desvanece también ese deseo”. Creo que en este debate sobre la
cárcel existe un lado oscuro que revela muy bien nuestro resentimiento como
sociedad. Pero la pregunta moral va más allá: ¿cómo escapar de estos
sentimientos que produjo la guerra?
Creo que debemos
decir SÍ para desactivar las condiciones que producen y reproducen la venganza,
ese sentimiento que produce la idea de sentirse desvalido. El filósofo inglés,
Adam Smith, escribió: “las pasiones amargas y dolorosas del pesar y el
resentimiento necesitan más fuertemente del consuelo sanador de la simpatía”, y como él mismo lo escribiera: “la simpatía
aviva la alegría y mitiga la pena”. En este caso, la simpatía es ser capaz de
capturar la experiencia del dolor de todo el país y no solamente nuestra
experiencia particular sobre la guerra. En el fondo, nuestro voto debe ser el
resultado de conocer y entender porqué llegamos a este conflicto de baja
intensidad y gran atrocidad.
El voto del 2 de
octubre es una decisión moral profunda que cada uno debe consultar con su
conciencia de manera informada y libre. Para mí, votar que SÍ es darle paso a
un país imaginado, un país que no conocemos, el de la paz y la reconciliación.
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