Discursos de odio: el fracaso del liberalismo extremo



El concejal Jorge Durán Silva se refirió a las mujeres lesbianas como “mujerzuelas” en el desarrollo de un debate sobre movilidad. Este es uno más de los discursos discriminatorios que hemos escuchado en los últimos meses contra las personas LGBTI. Desde el sexo excremental del senador Gerlein hasta el comentario del obispo Córdoba que dijo que dar niños en adopción a un gay era como “poner a un diabético en una dulcería”. 

También hemos sido testigos de ataques homofóbicos contra el centro comunitarios LGBTI a través de grafitis amenazantes y de ataques en la radio con la campaña “denuncie su #AyMarikita” de la emisora los 40 principales. Varios funcionarios públicos han hecho comentarios homofóbicos como el comandante de la Armada Nacional quien dijo que en “no aceptaban homosexuales” o los insultos homofóbicos que casi siempre acompañan el abuso policial contra la población LGBTI. Todo esto en un ambiente de renacimiento de grupos neonazis y de extrema derecha.




























Estos insultos homofóbicos han abierto un debate legal y políticos sobre los límites de la libertad de expresión. Algunos activistas consideran que estas expresiones son un hostigamiento a la discriminación, promueven el odio y por tanto deberían ser prohibidas y sancionadas. Otras personas especialmente defensores del liberalismo consideran que estos discursos no pueden ser controlados por el Estado porque equivaldría a una censura o a un control de contenido que afectaría la libertad de expresión.

La tradición jurídica europea, canadiense, australiana y neozelandesa tienden a privilegiar modelos que sancionan expresiones discriminatorias basados en la protección de las minorías. La tradición jurídica norteamericana privilegia la libertad de expresión como un derecho casi sagrado.  En ambos casos, cada tradición tiene razones políticas e históricas para estos debates. Lo que es evidente es que Estados democráticos restringen la libertad de expresión en este caso, sin que cunda la histeria de los dogmáticos del liberalismo.

En este tema he oscilado de un grupo a otro. En un principio era más partidario de la prohibición de discursos de odio y discriminatorios. Luego con los años cambie de opinión y tiendo a privilegiar la libertad de expresión en este tipo de debates, especialmente durante el debate de intento de censura del programa juvenil "el mañanero" de la Mega que terminó con la sentencia T-391 de 2007. En general no creo en la prohibición, ni mucho menos en la penalización de ciertas conductas. Sin embargo en este caso creo que es posible una regulación ante ciertas circunstancias. 

Simpatizo con ambas posiciones jurídicas y con los valores de los partidarios de la igualdad y de la libertad de expresión. También entiendo el dolor de ser insultado por mi orientación sexual y tengo claro que las expresiones discriminatorias y de odio pueden tener relación con la violencia. Los hechos homofóbicos en Bogotá, Buenos Aires, Brasil, New York, París, Uganda o de cualquier lugar casi siempre están acompañados con expresiones discriminatorias.

La historia de las personas LGBTI está llena de discursos de odio. Bien sea nuestra historia personal o los procesos históricos más largos. El discurso de odio es constitutivo de nuestra identidad y de nuestra comunidad. El discurso de odio no es solamente palabras inofensivas, es sobre todo un acción política contra la diferencia. 

Quien pronuncia un discurso de odio busca producir efectos sobre el grupo que es insultado. El primer efecto es producir miedo. El miedo es esencial en la preservación del estatus quo. El segundo efecto es la humillación. El miedo y la humillación le envían un mensaje a quién es discriminado: “su vida no vale nada”. Cada discurso de odio, repetido una y otra vez busca crear identidades e ideas de sociedad. El discurso de odio busca deshumanizar para facilitar la eliminación. Por eso todos los genocidios han estado precedidos de discursos de odio.

Imaginemos por un minuto un mundo lleno de discurso de odio, dónde cada uno tenga el derecho a odiarse y a gritárselo cada día sin control. No quisiera vivir en un lugar dónde mi dignidad pueda ser pisoteada por cualquiera sin ninguna protección legal. Tampoco creo que sea justo que quienes somos ofendidos y discriminados tengamos que soportar la carga de aprender a vivir con palabras injuriosas. Quienes están a favor de la libertad de expresión en los casos de discursos discriminatorios y de odio se toman muy a la ligera el daño moral que nos producen las palabras. 

Muchos de los liberales dicen: “hay que combatir el discurso de odio con discurso democrático”. Pero estamos viendo todo lo contrario. Creo que un modelo de libertad total del discurso de odio y discriminatorio está naufragando. Estamos presenciando una epidemia de odio y parece que el liberalismo extremo no es una buena solución. Esto también es un mea culpa porque también me he equivocado en recetar esta medicina.

Mi invitación es que nos tomemos en serio los discursos de odio y que creemos una regulación que garantice la dignidad de las minorías y la construcción de una vida común incluyente y diversa. El odio es la contaminación de la vida política, por eso debemos prevenirlo y remediarlo.

Esta reflexión nació leyendo el libro “el daño en el discurso de odio” de Jeremy Waldron que resume parte de este debate y que me sirvió para cambiar de opinión y tener pensamientos más equilibrados en este difícil tema. Algo que me sorprendió mucho de ese libro fue cómo los filósofos de la ilustración Voltaire y Diderot estaban en contra de expresiones que fomentan la discriminación. Waldron cuenta que Voltaire escribió sobre los musulmanes en su diccionario filosófico: “Odio tanto la calumnia, que hasta me sabe mal que se imputen muchas tonterías a los turcos, aunque los detesto, porque son tiranos de las mujeres y enemigos de las artes”. Regularmente se cita a Voltaire para atribuirle esta frase: “No comparto lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”. Según Waldron y otros, no existe referencia textual para esta atribución a Voltaire y que todo se debe a la biografía escrita por Evelyn Beatrice Hall. En otras palabras, el príncipe de la libertad de expresión nunca dijo eso que se le atribuye, pero si escribió contra los discursos de odio. El curioso poder de la repetición de las ideas.

Voltaire
Sin duda los discursos radicales pueden tener funciones sociales como fomentar la controversia, como argumenta J.S Mill o R. Dworkin, o tener conexiones auténticas con la autonomía como argumentan Edwin Barker. No digo que el debate sea fácil, pero no podemos cerrarnos a darlo porque es quizás uno de los casos legales más importantes de nuestro tiempo.

Discutamos un modelo que permita regular estos discursos en la esfera pública teniendo en cuenta la dignidad, la inclusión y la libertad de expresión. Podemos analizar caso por caso y diferenciar diversas expresiones. La Alta Comisionada de Naciones Unidas abrió un debate interesante sobre este tema en el llamado plan de Rabat para combatir la incitación al odio. En este documento realizado por expertos de muchas tradiciones legales se invita entre otras cosas a crear definiciones fuertes de estos comportamientos, analizar la proporcionalidad y necesidad de las restricciones, proteger los discursos políticos y científicos, aprobar leyes comprensivas contra la discriminación y tener en cuenta elementos esenciales como el contexto, el hablante, la intención, el contenido, la forma, la extensión y la conexión entre palabra y acción. (Un buen resumen del derecho internacional en la conferencia de Navi Pillay en London School of Economics


Creo que el modelo de liberalización total de los discursos de odio y discriminatorios está produciendo efectos negativos que pueden poner en riesgo nuestra vida en sociedad. El concejal Durán Silva simplemente quería insultar a las mujeres lesbianas. Eso no aporta nada al debate público y parcializa su actividad como funcionario público. La libertad de expresión no es un dogma de fe, por el contrario es un derecho que como todos debe ser regulado racionalmente a través de un debate democrático cuando se abusa de él. No existen derechos absolutos ni políticos todopoderosos. Por todo esto creo que el concejal debería ser sancionado ejemplarmente con el fin de evitar que se siga extendiendo esta epidemia de odio en la esfera pública. 

Comentarios

teniendo en cuenta que la libertad de expresión de los funcionarios públicos es más restrictiva, se justifica la sanción al señor Concejal. No es igual el impacto de la expresión de cualquier ciudadano respecto de la de un funcionario público. éste último puede hacer mucho más daño. la sanción en este caso es más que necesaria.
Por otro lado, De acuerdo con la CADH, los discursos de odio no están protegidos por el derecho a la libertad de expresión. el lío es entonces determinar cuándo la libertad de defender que la diversidad sexual no es una costumbre moralmente aprobada, puede constituirse en un discurso de odio. La Zona de penumbra judicial no es suficiente.
Aunque el derecho penal es la última ratio, no es extraña su utilización para tipificar expresiones como la apología al genocidio o el negacionismo del holocausto judío, que está penalizado en Alemania, Francia y otros países europeos. Ya va siendo hora que analicemos la analogía de este tipo de delitos respecto de los discursos de odio en Colombia, tipificados por la llamada ley antidiscriminación, en especial frente a funcionarios públicos. Vamos, que nadie les impone que aprueben la diversidad sexual ni que se opongan a la misma a través de la expresión, pero que no abusen de su derecho para discriminar, insultar o dañar.
el debate tradicional de si es más proporcional aplicar una sanción penal o una sanción civil ante las expresiones no protegidas, tal como sucede con la injuria o la calumnia, aquí no me parece procedente. Es diferente el sujeto pasivo. La comunidad LGTBI merece una especial protección constitucional al igual que el resto de las minorías.
Nota al margen. Personalmente no creo que sea correcto ser homosexual. No lo considero natural. Dentro de mi moral particular no lo apruebo. Sin embargo, mi mejor amigo es gay. él respeta mi criterio, yo respeto sus gustos. Cada quien es feliz a su manera y nadie puede imponerle su moral a nadie.
Un abrazo.
Andrea Parra dijo…
Este libro de Mari Matsuda me hizo reflexionar mucho hace muchos años cuando lo leí por primera vez. http://books.google.com.co/books?id=xW3-plJOz3QC&dq=where+is+your+body%3F&hl=es-419&sa=X&ei=4DKkUbqXCfXd4APVz4BY&redir_esc=y
Unknown dijo…
apuesto a que tu moral particular no es tan particular como crees. la homosexualidad si es natural , nunca seria amigo de alguien que no me acepta como soy.

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