Bucaramanga, una ciudad sin árboles


Centro Comercial El Cacique. Bucaramanga - Colombia
Cuando era niño iba a jugar a un “parque” cerca de la casa de mi nona en el barrio Lagos uno, en el municipio de Floridablanca. Realmente no era un parque, era una zona verde aledaña a una quebrada que era protegida por la Corporación de la Defensa de la Meseta de Bucaramanga. En ese lugar, muy cerca de la Concentración Escolar Andrés Bello, dónde trabajaba mi nona y luego trabajó mi mamá, me subía a un árbol que yo llamaba el pulpo. Era mi lugar secreto lejos de la casa, de la escuela y de los otros niños. Por desgracia, el pulpo ya no existe. Parte de esos terrenos y justo dónde estaba mi pulpo, fueron “entregados” (desconozco la forma jurídica) a la Iglesia Católica para construir la parroquia del barrio. Nuestra memoria infantil está llena de árboles con formas de animales. Ellos estimularon nuestra imaginación y nos dieron una niñez única y sobre todo fresca.

Bucaramanga era conocida como la ciudad de los parques. Sin embargo, hoy es la ciudad de los parques de cemento. Una ciudad sin árboles, peor aún una ciudad de árboles de plástico. Nuestra ciudad está reemplazando su pulmón verde por uno de cemento y plástico.

Las mayores zonas arborizadas en el espacio público de Bucaramanga han sido prácticamente eliminadas por las obras de infraestructura y las urbanizaciones que nos trae la bonanza económica reciente. Metrolínea acabo con un corredor verde que recorría la ciudad de norte a sur, y las urbanizaciones acabaron esos oasis verdes que se veían en cada barrio. Basta ver el paisaje lunar del parque Santander o los alrededores del nuevo y popular Centro Comercial “El Cacique”. Los parques multipropósito reemplazaron las plazas de árboles. La gente tiene ahora plazoletas de comida en lugar de quiscos o mesas al aire libre.

Estos paisajes lunares, planos, grises, sin plantas y sin sombra, se repiten en el parque principal de Floridablanca, Piedecuesta, Málaga o California por citar algunos municipios cercanos a mi familia. 

Los árboles también han desaparecido de la Universidad. Bajo la administración del Rector Jaime Alberto Camacho, aquel que se comunicaba con los paramilitares, en la Universidad Industrial de Santander se destruyeron dos zonas verdes invaluables. La más querida por los estudiantes era una llamada el “aeropuerto” detrás de los edificios de Ingeniería Mecánica e Industrial. En esa alfombra verde, los estudiantes volábamos por efectos del conocimiento, el amor y de las drogas. Era una verdadera ágora universitaria, nuestra pequeña herencia hippie. Otra área menos usada pero igualmente refrescante y hermosa, era aquella que quedaba entre los edificios de administración y el auditorio Luis A. Calvo. Según me cuentan, bajo esa administración de “mano de hierro” se decidió hacer este arboricidio para ahuyentar revolucionarios, marihuaneros y todos estos vagos que van a la Universidad a “no hacer nada”. Los árboles obstruyen la visibilidad de las cámaras de seguridad e incrementan la indisciplina. Para esa rectoría, el éxtasis era un crimen más grave que el paramilitarismo.

Los árboles también abandonaron los centros comerciales. Un día de calor bumangués fuimos con mi hermano al nuevo Centro Comercial del que todos hablan: “El Cacique”. Empezamos a discutir con mi hermano sobre la escasez de recursos naturales y todas esas divagaciones que uno tiene cuando entra a un templo del consumo. Mi hermano notó que todos los árboles del centro comercial eran de plástico. Algunos obreros estaban “sembrando” o será mejor decir “instalando” esos árboles de plástico en bases de cemento. Junto a uno de esos “árboles” alguien dejó una botella de plástico vacía, y mi hermano más entrenado para ver los materiales que las formas dijo: “no hay ninguna diferencia entre el árbol y la botella”. La blanquísima caverna del Cacique está decorada con árboles de plástico instaladas en cemento.

Cortar árboles y reemplazarlos por cemento y plástico es la receta del urbanismo santandereano. La naturaleza ya no tiene espacio en una ciudad que celebra con bombos y platillos la apertura de un centro comercial y que no ha construido una biblioteca hace décadas. Los bumangueses dieron una lucha ejemplar defendiendo el Páramo de Santurbán pero “los caciques” están convirtiendo nuestra ciudad en un horno. ¿Quién, residente o visitante, no se queja más de una vez al día del calor de Bucaramanga?

La élite de Santander con la motosierra en la mano han cortado los árboles en los que nuestros niños sueñan y nuestros abuelos charlan. Sin sombra no hay descanso o imaginación. Visitar Bucaramanga me dejo un profunda nostalgia por los árboles muertos. Para no consumirme en la tristeza, preferí transformarla en una pequeña acción: escribir este lamento para aquellas y aquellos bumangueses que como yo jugaron en un árbol que fue su refugio infantil. Bucaramanga, como Santurbán, debería ser el más grande parque regional natural.  Para eso tenemos que cambiar a los caciques. 

Comentarios

Como vivimos la agonia del paraiso y el nacimiento del infierno.

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