El dolor crece en Colombia a cada rato...

De Vladdo, publicada en www.semana.com
"Y, desgraciadamente,
el dolor crece en el mundo a cada rato,
crece a treinta minutos por segundo, paso a paso,
y la naturaleza del dolor, es el dolor dos veces
y la condición del martirio, carnívora, voraz,
es el dolor dos veces
y la función de la yerba purísima, el dolor
dos veces
y el bien de ser, dolernos doblemente".

El asesinato de Mateo Matamala y Margarita Gómez, estudiantes bogotanos de la Universidad de los Andes, ha abierto un debate sobre “las vidas que importan".
Algunos personas critican con fuerza esta disparidad clasista en el tratamiento de la tragedia. Otros lamentan este hecho y tratan de llamar la atención sobre lo que está ocurriendo en Córdoba y en todo el país.

Me formé en una Universidad pública (Universidad Industrial de Santander) y luego continúe mis estudios en la Universidad privada (Universidad de los Andes).

Cuando estudié en la UIS mataron al estudiante de ingeniería Jaime Acosta. Aún recuerdo aquel día en el que escuché el tiro que mató a Jaime Acosta (20 de noviembre de 2002). El homicidio ocurrió en medio de una protesta por la imposición de la seguridad privada, medida propuesta por el peor rector que ha tenido la UIS: Miguel José Pinilla. Fue el único día que justifique un cierre de la Universidad y que salí a marchar con  convicción. La policía reprimió con brutalidad la protesta donde se realizaba un sepelio simbólico. Aún se desconoce quien le disparó al estudiante. 

Ahora que cursó mis estudios de posgrado en la Universidad de los Andes escucho nuevamente tiros lejanos que asesinan a dos estudiantes, ahora desde la Costa Atlántica.

Siento el mismo dolor por la muerte de Jaime, Mateo y Margarita. Acepto que hay tratamiento asimétrico y clasista de estos hechos. Pero también creo que este hecho debe ayudar a reflexionar y pensar que somos una generación del dolor, que la violencia sigue en sigue en nuestros ríos, montañas, ciudades, campos, calles y hogares. Que afecta a ricos y pobres (aunque infinitamente más a los pobres), que la sufre la capital y la periferia (aunque mucho más la periferia). 

No podemos seguir diciendo estupideces como “Colombia, el único riesgo es querer quedarse”, o tratando de repetir como un estribillo dulzón “Colombia ha cambiado muchísimo”, o frases como “tenemos seguridad”, “podemos viajar por carretera” o que estaremos entre las “30 economías más importantes en el 2050” (El Tiempo).

No podemos seguir viviendo en nuestros castillos feudales aburguesados y protegidos por ejércitos enormes. No se si han notado que vivimos en ciudades-búnker protegidas por soldados y policías, esos que muchas veces son los jefes de los pobres y sirvientes de los ricos.

El dolor de la muerte de mis compañeros, es el mismo dolor que sentí cuando mataron a Jaime Garzón; o el dolor del asesinato del activista Álvaro Miguel Rivera. El mismo dolor de las historias (siempre breves y fugaces) sobre la “limpieza social”, expresión máxima de la normalización de la violencia.

Son los muertos de mi memoria, los que decidí recordar para no ahogarme en la fantasía burguesa. Pero los colombianos algunas veces contamos nuestros muertos, pero también decidimos olvidarlos.

Treinta mil desaparecidos, doscientos mil muertos por paramilitares (no se cuantos por la guerrilla), tres mil secuestrados por guerrilla y paramilitares, cuatro millones de desplazados, tres mil niños reclutados, tres mil jóvenes inocentes muertos por un Ejército ávido de resultados, no se cuantos torturados, miles de muertos y heridos por minas, masacres, muertes, dolor y olvido… números metafísicos, informes infinitos, hechos tan sangrientos como normales… dolor imposible de contar; muertes difíciles de aceptar, fáciles de olvidar.

José Arcadio Segundo Buendía nos recuerda (y siempre lo recordó) que eran todos los que estaban en la estación, que eran más de tres mil, que los llevaron en el tren con doscientos vagones (el más grande que había visto) y que los echaron al mar.  José Arcadio hasta su muerte recordó los muertos de una masacre hecha por el Ejército bajo las órdenes de una compañía bananera que no quizó cumplir los compromisos con sus trabajadores.
“El nueve de agosto, antes de que se recibiera la primera carta de Bruselas, José Arcadio Segundo conversaba con Aureliano en el cuarto de Melquíades, y sin que viniera a cuento dijo:
-Acuérdate siempre de que eran más de tres mil y que los echaron al mar.
Luego se fue de bruces sobre los pergaminos, y murió con los ojos abiertos” (Gabriel García Márquez, Cien Años de Soledad).

En Colombia, país de todas las injusticias y de todas las violencias, el dolor crece a cada rato… y como en el poema de César Vallejo: “!Ah! desgraciadamente, hombres humanos,  hay, hermanos, muchísimo que hacer” (Los nueve monstruos).

En Colombia, país del cinismo y la avaricia ("el país más feliz del mundo"), la violencia nos rodea y algunas veces nos alcanza. El dolor es la marca de nuestra generación. Aceptemos nuestro trágico tiempo, y luego actuemos y cambiemos una sociedad enferma de desigualdad y muerte.

Si no podemos actuar y cambiar, al menos que nuestra generación sea capaz de mantener la verdad y la memoria, aún cuando tengamos que morir con los ojos abiertos y repitiendo que eran más de tres mil, que iban en doscientos vagones y que los echaron al mar. 

Comentarios

ARCenteno dijo…
Como duele este país!

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